​​​​​​​El reto fue crear una marca que no hablara de café, sino de actitud.
Una experiencia que se sintiera rebelde, elegante y seductora; tan fuerte como el origen del grano y tan provocadora como quien se atreve a probarlo. Mi trabajo fue traducir ese fuego en una identidad con presencia: una marca que no busca gustar, sino hacerse sentir.
Con La Mala demostramos que el diseño no decora, construye carácter. Y que cuando una marca tiene intención, no necesita gritar para ser recordada.
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